A lo largo de mi vida las tardes
de los domingos han ido pasando por diferentes fases. Cuando era más joven si
el fin de semana había resultado satisfactorio por las actividades que había
llevado a cabo permanecía el rollo agradable de recordar lo vivido y
normalmente acabamos acudiendo (Mayte y yo) al lugar de encuentro habitual con
nuestras amistades para compartir la experiencia. A veces alargábamos los
encuentros hasta después de la medianoche en un intento de exprimir el fin de
semana hasta la última gota. Si no habíamos hecho nada especial también
agotábamos el domingo intentando recuperar el tiempo perdido.
Más adelante, cuando no hacíamos
nada especial, las tardes de los domingos se convirtieron en tediosas y
aburridas. Los pensamientos estaban puestos en la expectativa de una desagradable
mañana de lunes y se podría decir que
eran unas tardes desaprovechadas. Este comentario lo he escuchado a muchas
personas a lo largo de mi vida. El mejor momento del fin de semana era el
viernes por la tarde al finalizar la jornada laboral y el peor el domingo por
la tarde. Evidentemente esto va relacionado con el nivel de satisfacción que
obtengas en tu dedicación laboral.
Con los años he ido aprendiendo que la vida hay que saborearla en cada momento y no nos podemos permitir el lujo de desaprovechar el tiempo en pensamientos inútiles y negativos. He convertido el domingo en un día agradable y satisfactorio y a no ser que tenga un compromiso especial o una salida de fin de semana (cosa cada vez más infrecuente debido a mi situación económica) disfruto de una rutina dominical de la que no me canso a pesar de que ya hace algún tiempo que la practico. Lo denomino triatlón dominical:

No nos hace falta nada más y es
suficiente para iniciar una semana más con un buen estado de ánimo. Lo
recomiendo a cualquiera que quiera practicarlo. Tampoco pasa nada por quedarse en casa leyendo o simplemente no hacer nada, siempre y cuando nos aporte placer o tranquilidad.
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